Sobre la identidad mágica y la coherencia interna

El otro día hablaba con un gran amigo y me planteaba una serie de cuestiones sobre la identidad mágica, su importancia, y la elección del paradigma con el que uno trabaja. En base a esa charla, se me ocurrió escribir este artículo, ya que creo que puede llegar a ser útil para otras personas que quizás están pasando por una situación similar, en donde no tienen clara su identidad mágica y, por lo tanto, se pierden el vasto universo de los paradigmas mágicos, quedando a la deriva entre prácticas que no terminan de cuajar.

Me gustaría comenzar diciendo algo fundamental: cada uno puede verse a sí mismo como le dé la gana. No necesitamos la validación externa de ningún gurú, maestro, influencer ni linaje para comenzar a caminar nuestro sendero. Sin embargo —y esto es clave— sí necesitamos coherencia. No para agradar a los demás, sino por respeto a uno mismo, a los espíritus con los que trabajamos, y al arte mágico en sí.

Si me quiero denominar hechicero, lo mínimo que se espera es que practique el arte de la hechicería con todo lo que eso implica: hechizos, encantamientos, usos de elementos naturales, vínculos con espíritus locales, creación de talismanes y, por supuesto, una conexión profunda con el mundo invisible. No alcanza con «visualizar bonito» o repetir mantras de abundancia. Eso podrá estar muy bien para otros caminos —más ligados al desarrollo personal o la espiritualidad moderna—, pero no tiene nada que ver con la hechicería dura y pura, que es una práctica operativa, intensa y, muchas veces, oscura.

Lo mismo ocurre si me digo necromante. No basta con decir que puedo sentir o percibir la presencia de los muertos. Eso, en todo caso, te vuelve sensitivo o médium. Ser necromante implica trabajar activamente con los muertos, visitar cementerios, establecer relaciones con los difuntos y con los dioses de la muerte, realizar ofrendas, rituales, y prácticas de evocación. Implica conocer los umbrales y estar dispuesto a atravesarlos. La identidad no es solo una etiqueta estética, sino una práctica sostenida.

Podríamos seguir con cientos de ejemplos más. Decirse alquimista y nunca haber hecho una transmutación simbólica o espagírica; llamarse bruja y no haber hecho nunca un hechizo ni encendido una vela con verdadera intención; autodenominarse chamán solo por haber tomado una planta enteógena un fin de semana en un retiro. Todas estas cosas están muy bien si son honestas y están en proceso, pero adjudicarse títulos sin sustancia vacía el acto mágico de su poder. Por eso insisto tanto en la palabra: coherencia. No con el mundo, sino con una misma.

Además, hay algo que ya mencioné en otra entrada y que vale la pena repetir: si queremos tomar el título de algo dentro de una tradición específica —sea draconiana, hermética, afroamericana, ceremonial o la que sea— debemos hacerlo con honestidad. Ser parte formal de una tradición implica conocerla, respetarla y haber transitado (o estar transitando) sus pasos de manera comprometida. Algunas tradiciones permiten el trabajo en solitario, claro está, pero aún así hay un marco, un ethos, una estructura. No podemos simplemente autoproclamarnos miembros de algo que desconocemos, o que apenas hemos rozado. No suma, y a largo plazo, nos resta.

Dicho esto, podemos ir ahora sí a lo central: la construcción de la identidad mágica.

Esta es una tarea íntima, profunda y en evolución constante. Nadie nace con una identidad mágica clara. Es algo que se construye, que se revela con el tiempo, que se talla con los años, las experiencias, los fracasos y los aciertos. Y uno de los primeros pilares en esta construcción es el nombre mágico.

El nombre mágico no es un apodo ni un alias para redes sociales. Es una llave. Una declaración de intención. Un umbral que separa lo profano de lo sagrado, lo cotidiano de lo arcano. Ese nombre debe reflejar algo esencial de vos: una capacidad, una búsqueda, una fuerza que deseas encarnar, o incluso un arquetipo que te resuena profundamente. No tiene que ser literal ni evidente, pero sí debe tener sentido para vos.

Yo soy de los que cree que hay que evitar nombres de deidades o entidades mayores. Llamarse Lilith, Lucifer, Thoth, Hekate, etc., puede sonar muy rimbombante, pero en la práctica resulta poco original y algo pretencioso. Nunca vas a ser esas entidades, por más respeto, admiración o conexión que tengas con ellas. Además, apropiarse de esos nombres suele cortar el puente simbólico con la entidad misma. Es más interesante buscar nombres que surjan de tus propias visiones, sueños, prácticas o de tu conexión con símbolos específicos.

Una buena práctica es buscar en la mitología, en la etimología, en las lenguas muertas o incluso en la combinación de sonidos que para vos sean potentes y significativos. Pero, una vez más: coherencia. No tiene mucho sentido tomar un nombre nórdico si trabajás con el sistema egipcio, o uno griego si tu sendero es afrocaribeño. El nombre debe ser un reflejo de tu camino, no un disfraz.

Una vez elegido el nombre, tomate tu tiempo. Meditá sobre él. Usalo en rituales menores. Probalo. Sentilo en la boca y en el alma. Si resuena, te va a modificar por dentro. Si no, simplemente te vas a olvidar de él a los pocos días. No tengas miedo de cambiarlo si hace falta. Esto no es un contrato irreversible, es un proceso. Pero una vez que esté firme, incorporalo activamente en tus rituales: comenzá tus trabajos diciendo “Yo, [nombre mágico]…” y vas a ver cómo esa identidad se enraíza, cómo te cambia la postura, la voz, la energía. Incluso podés elegir no compartirlo con nadie, guardarlo solo para vos y tus espíritus, o compartirlo solo con tu grupo de trabajo. Ambas opciones son válidas y poderosas.

Ahora bien, la identidad mágica no se construye solo con un nombre. También requiere una posición clara respecto al paradigma mágico desde el cual trabajás.

Un paradigma es, en esencia, un marco. Una estructura que organiza la forma en la que concebimos la magia, el universo, las entidades, el alma, el poder. Cada paradigma tiene su historia, su estilo, sus reglas internas y su enfoque. No es lo mismo trabajar desde la Wicca que desde la magia del caos, desde la magia ceremonial que desde la brujería tradicional, desde un sistema afroamericano que desde la senda luciferina. No hay uno mejor que otro, pero sí hay uno que te calza mejor que el resto.

Por eso es fundamental investigar, estudiar, probar. No hace falta jurar lealtad eterna a un paradigma, pero sí comprometerse con alguno al menos por un tiempo. Nada crece en tierra movediza. Si estás todo el tiempo picoteando de aquí y de allá, sin profundidad ni integración, vas a quedarte en la superficie de todo. La magia es un arte serio, aunque esté lleno de memes en Instagram. Y cada paradigma tiene una lógica interna que hay que respetar y comprender.

Por ejemplo, si decís que sos practicante del caos, entiendo que jugás con la creencia como herramienta, que podés invocar a Batman o a Isis con el mismo compromiso, y que comprendés que el sistema es plástico. Pero eso no significa hacer dibujitos con intención, masturbarse encima y creer que eso es magia porque lo viste en Reddit. La magia del caos verdadera requiere conocimiento, disciplina y, sobre todo, comprensión profunda de la naturaleza simbólica de la realidad.

Si en cambio te decís wiccano, lo mínimo que espero es que conozcas las fiestas del año, que armes círculos, que uses tus herramientas, y que tengas una relación con la Diosa y el Dios Astado. Que estés en sintonía con las estaciones, con la luna, con los ritos de paso. No se trata de postureo: se trata de vivir el paradigma, no de usarlo como fondo de pantalla.

Y si vas por el camino ceremonial, te esperan años de estudio, sigilos complejos, llamadas angelicales, rituales extensos, invocaciones estructuradas. Es un sendero bello pero exigente, que no se construye con tres libros pirateados y un par de inciensos.

En todos los casos, lo que intento decir es que no se trata de adoptar una estética o repetir frases hechas, sino de construir una práctica significativa. Solo investigando, leyendo, practicando y reflexionando podemos llegar a algo auténtico, profundo y transformador.

La identidad mágica no se trata de encajar, sino de encarnar. No se trata de parecer, sino de ser. Y eso, como todo en la vida, lleva tiempo, esfuerzo y honestidad. Pero cuando se logra, el poder que se despierta no viene de afuera: nace de vos, porque finalmente te convertiste en lo que realmente sos.

Gracias por leer.

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