Maleficios: ¿Realidad o Ficción?
Hace tiempo que quiero hablar sobre un tema que me resulta tan fascinante como problemático. Por un lado, tiene un lugar real en la práctica mágica y en la historia del ocultismo; por el otro, está rodeado por una nube de exageraciones, malentendidos y fantasías que no ayudan a comprenderlo. Me refiero a los maleficios, trabajos de magia para dañar, embrujar o perjudicar a otra persona.
En cualquier consulta de tarot, runas o cualquier otro método de adivinación, es asombrosa la cantidad de gente que pregunta si alguien les ha hecho “un daño”, un “trabajo” o una “brujería”. Hay una tendencia muy marcada a creer que, cuando las cosas no marchan como esperamos, debe haber una fuerza oscura externa que nos está atacando. Es como si, en cuanto la vida se complica, el primer pensamiento fuera: esto es culpa de alguien más. Y lo curioso es que este impulso no es exclusivo de quienes no practican magia: incluso practicantes experimentados pueden caer en la idea de que hay un enemigo oculto lanzando conjuros contra ellos. Siempre hay —según esta visión— alguien que busca su destrucción.
He escuchado y leído todo tipo de afirmaciones sorprendentes, algunas dignas de un guion de serie fantástica. Por respeto, no daré nombres, pero un ejemplo muy real: una persona que había aumentado de peso por razones que desconozco anunció en redes que era víctima de una “maestra oscura” que le había robado sus “dones” y que esa era la causa de su situación. Es aquí donde conviene hacer una pausa y poner un poco de orden, porque no todo se puede atribuir a un maleficio.
Antes de entrar en cómo funciona la magia de ataque, conviene aclarar algo. La gente que no practica magia, pero cree necesitar un maleficio, suele pagar sumas considerables a “profesionales” que ofrecen este tipo de servicios. ¿Funcionan? En la mayoría de los casos, no. No porque el maleficio sea un mito, sino porque muchas de las personas que se anuncian como expertas no tienen idea de lo que hacen. Algunos ni siquiera realizan ritual alguno: cobran, dicen cuatro palabras y desaparecen. Esto no significa que todos sean así; hay quienes realmente saben lo que hacen, pero no abundan.
Además, encargar un maleficio no es tan simple como decir: “Quiero que le hagas tal cosa a tal persona”. Hay un procedimiento previo: primero hay que consultar para saber si es viable, cuáles serán las consecuencias, qué espíritus o fuerzas se van a movilizar y, muy importante, cuál será el precio que habrá que pagar. Y no hablo solo del dinero: en magia seria, los espíritus no trabajan gratis, y quien lanza un maleficio asume también un costo energético y espiritual. No hay caridad en la magia de daño; nadie se “ensucia las manos” por puro capricho o por un encargo banal.
El caso de los practicantes es todavía más curioso. No siempre el origen de lo que les pasa está fuera: muchas veces son ellos mismos quienes lo provocan. He visto personas invocar entidades oscuras sin comprender realmente lo que están haciendo, pidiendo destrucción, caos o cambios drásticos… y luego sorprenderse porque su vida se desmorona. No es magia “que vino de fuera”: es la consecuencia directa de un ritual mal enfocado o de jugar con fuerzas que no se controlan. Antes de ir por ahí invocando con frases como “destrúyeme con tu fuego y tu veneno”, conviene pensar si realmente uno está listo para manejar lo que está llamando.
También está el fenómeno de acusar a otros de haber robado “dones” o haber maldecido de forma encubierta. Yo, personalmente, no creo en “dones” como un paquete fijo que alguien puede extraer de tu ser. Creo en habilidades desarrolladas, potenciadas y afinadas con el tiempo y la práctica. Cuando alguien dice que otra persona “le robó sus dones”, normalmente está entregando demasiado poder a un tercero y evitando hacerse responsable de sus propios bloqueos o de su falta de práctica. Si tú eres practicante, deberías tener los recursos para limpiarte, protegerte y contrarrestar cualquier intento de daño.
Esto no significa que no existan las guerras mágicas. Sí ocurren, y a veces entre practicantes que, por ego o viejas rencillas, deciden cruzar ese límite. Pero son excepciones. Cualquiera que entienda todo el trabajo, el riesgo y el desgaste que implica un maleficio serio, lo pensará dos veces antes de lanzarlo solo porque alguien dijo algo que no le gustó en redes sociales.
Un maleficio verdaderamente eficaz no depende solo de seguir un procedimiento técnico y usar ingredientes correctos. Requiere poder real: fuerza personal, conexión con las fuerzas invocadas y la capacidad de sostener la intención hasta que se manifieste. Puedes tener la mejor receta del mundo, pero si no tienes el poder, no habrá efecto. Y aun con poder, si la persona objetivo está bien protegida, tiene guardianes espirituales fuertes o alianzas sólidas, la tarea se complica. Por eso, cualquier trabajo serio de ataque debería ir precedido de una buena sesión de adivinación, para evaluar posibilidades, riesgos y posibles resultados.
Al final, hay una verdad incómoda que pocos quieren aceptar: no somos el centro del universo. Creer que hay gente lanzando maleficios contra nosotros constantemente es caer en una fantasía paranoica. Sí, los maleficios son reales. Sí, las guerras mágicas existen. Pero no ocurren con la frecuencia que la imaginación popular cree. Antes de afirmar categóricamente que eres víctima de una, es mejor tener pruebas y certezas. Y si después de todo quieres asegurarte de que nada te afecte, una buena limpieza y una protección sólida para ti y tu casa suelen ser más que suficientes. Cualquier practicante de nivel medio sabe cómo hacerlo.
La magia de ataque no es un juego, pero tampoco es una epidemia invisible que nos ronda a todos los días. Entender esto es clave para vivir la práctica mágica con seriedad, sin caer en miedos infundados ni en una confianza ingenua.
Gracias por leer.
Daemon Barzai
Los maleficios es algo arraigado en diferentes culturas pero tan desinformado está mucho creen que solo poniendo X Ingrediente ya se logra todo.