Magia, Secretos y Silencio
Vivimos en una época paradójica. Nunca antes en la historia de la humanidad fue tan fácil acceder a conocimientos que durante siglos estuvieron ocultos, restringidos a círculos iniciáticos cerrados o transmitidos oralmente entre generaciones de practicantes. Hoy, basta con saber usar un buscador para tener al alcance de la mano libros de magia y ocultismo de todas las corrientes imaginables. Desde grimorios medievales hasta documentos internos de órdenes esotéricas contemporáneas, pasando por tratados de alquimia, rituales de santería o fórmulas de hechicería ceremonial. Todo parece estar ahí, abierto, disponible, democratizado. Sin embargo, esta abundancia de información ha traído consigo una serie de ilusiones peligrosas.
La primera de ellas es la creencia de que ya todo está dicho. Que todo está inventado. Que no hay nada más que descubrir ni ningún misterio que nos aguarde. Como si la magia fuera una ciencia exacta con un número finito de datos que uno puede estudiar, memorizar y dominar. Nada más lejos de la verdad. La espiritualidad mágica, en cualquiera de sus formas, es un sendero vivo. No se trata de una doctrina muerta ni de un conjunto de fórmulas mecánicas. Es un proceso en constante transformación, una relación dinámica entre el practicante, los espíritus, las fuerzas del mundo y los misterios del alma. Por eso, no importa cuántos libros hayas leído, cuántos PDFs hayas descargado, cuántos rituales hayas visto por internet: siempre habrá algo más que aprender, algo que te sorprenda, algo que te confronte. La magia no es una meta, es un camino, y como todo camino verdadero, no se agota.
El segundo gran mal de esta era es la necesidad constante de gratificación instantánea. Vivimos acostumbrados a recibir todo ya mismo, con un clic, en pocos segundos. Y eso puede funcionar si queremos pedir comida o ver una película, pero no aplica al arte mágico. Lo oculto no se revela a la ansiedad ni se rinde ante la urgencia. La magia requiere tiempo, maduración, experiencia, prueba y error. Es un arte lento. Un proceso iniciático. No tengo nada en contra de las redes sociales ni de quienes crean contenido, sería hipócrita decirlo: llevo años escribiendo este blog y sé perfectamente lo que implica compartir en estos medios. Pero hay que ser honestos: en un minuto de video no se puede enseñar un ritual serio. Podés tener una idea, una chispa, una inspiración. Pero no alcanza. La práctica verdadera exige profundidad. Y lo que muchas veces vemos en redes es una versión estéticamente hermosa pero espiritualmente superficial de la práctica mágica. Altares brillantes, túnicas perfectas, velas en perfecto ángulo… pero muy poco de lo que realmente importa.
Y es que el éxito en la magia no proviene de la estética ni de la repetición mecánica de una fórmula. Proviene de la relación viva con los misterios, de la transformación interna, del compromiso real con el sendero que uno ha elegido. Ahí está la diferencia entre alguien improvisado y alguien iniciado. La diferencia entre quien juega a la brujería y quien ha entregado parte de sí mismo a lo invisible.
Pero hay una dimensión aún más profunda en este asunto, y es la que muchas veces se evita decir por miedo a ofender: hay cosas que no se pueden obtener por uno mismo. No todo se puede autodidactar. Existen tradiciones que tienen reglas, estructuras, ritos de paso, y sin ese marco no se puede simplemente “decidir” que uno pertenece. Podés leer los documentos de una orden, podés seguir sus ejercicios, podés intentar reproducir sus prácticas… pero sin una iniciación real, sin haber pasado por el fuego del entrenamiento guiado, no sos parte de esa tradición. Podés ofrecerle una vela a Pomba Gira, pero eso no te vuelve un iniciado en Kimbanda. Podés encender una vela para Brigit, pero eso no te hace druida ni sacerdote celta. Podés leer y practicar lo que dice el Azoetia, pero eso no te vuelve miembro de la brujería sabbática. Hay que aprender a aceptar estas diferencias sin frustrarse. Cada tradición tiene sus guardianes, sus puertas, sus formas de transmisión. Si uno no quiere seguir esas reglas, entonces es mejor asumirlo con honestidad y buscar un camino individual que no demande esos compromisos. Hay muchos caminos que aceptan la práctica solitaria, y eso también tiene una profundidad legítima, si se lo toma con respeto y coherencia.
Y aquí entra en juego otro pilar de la magia: el secreto. El silencio. La discreción. Se habla poco de esto en tiempos donde todo se comparte, se expone y se comenta. Pero en la práctica verdadera, el silencio no es un acto de ocultamiento egoísta, sino una herramienta de poder. Nadie enseña todo lo que sabe. Primero, porque nadie lo sabe todo. Y segundo, porque hay conocimientos que no pueden ni deben transmitirse en cualquier contexto. Son saberes que maduran en la oscuridad del trabajo personal, que se gestan como una semilla que necesita silencio para crecer. Yo mismo comparto mucho: escribo, enseño, acompaño procesos. Pero jamás comparto todo. Siempre hay un núcleo que permanece protegido. Y no por capricho, sino porque es necesario. El silencio preserva. El silencio potencia. Nadie sabe cuándo hago mis rituales, cómo están dispuestos mis altares, qué herramientas uso o qué palabras susurro en la noche. Y eso es parte del poder. El misterio no se entrega al voyerismo ni a la curiosidad superficial. El misterio exige compromiso, y a veces, exige también no hablar.
Por eso, si vas a caminar este sendero, hacelo con sensatez. Leé todo lo que puedas, practicá, equivocáte, volvé a empezar. Si te interesa una tradición, buscá iniciarte de verdad, con alguien serio, que te forme, que te guíe, que te exija. Si preferís trabajar de manera libre, entonces honrá ese camino sin apropiarte de aquello que no te pertenece. Sé creativo, pero no inventes desde la ignorancia. Buscá raíces, no adornos. La magia puede ser ecléctica, sí, pero eso no significa que sea un carnaval sin sentido. El verdadero poder nace de la coherencia, del conocimiento profundo, del silencio bien llevado y de la experiencia vivida.
Gracias por leer, gracias por practicar. Que el misterio te encuentre en el momento justo, y que sepas guardar silencio cuando haga falta.
Daemon Barzai