El Viaje Astral
Sin lugar a dudas, el viaje astral es uno de esos elementos que atraviesa a la mayoría de las prácticas mágicas modernas, no importa cuál sea la filosofía detrás o la cosmovisión de la misma, este tipo de viajes siempre está presente de un modo u otro. Para quienes siguen un estricto programa dentro de una orden iniciática, las prácticas astrales suelen estar en un punto intermedio de sus currículos, sin embargo, no hace falta la formalidad de una orden para embarcarse en estas experiencias. El viaje astral, por su naturaleza, está abierto a cualquiera que se atreva a explorarlo.
Así como es popular, también está plagado de malentendidos, supersticiones y miedos. Uno de los más difundidos es la idea de quedar atrapado para siempre en el plano astral, dejando el cuerpo físico en coma, o que si el cordón de plata se corta, la persona muere. Este tipo de creencias no tienen fundamento real, son parte del folclore moderno del ocultismo y del miedo colectivo a lo desconocido. La experiencia es intensa y puede sentirse tan real como lo tangible, pero nunca implica un riesgo de ese estilo.
Históricamente, conviene aclarar que la noción de “plano astral” como tal no es tan antigua como a veces se cree. La teosofía fue la corriente que popularizó la idea de un cuerpo astral y de un plano intermedio entre lo físico y lo espiritual. Sin embargo, prácticas similares de vuelo espiritual y desplazamiento de la conciencia existen desde tiempos ancestrales: los chamanes, los brujos y los magos de distintas culturas ya realizaban viajes del espíritu, aunque los describieran con otros términos. La teosofía lo que hizo fue darle un marco conceptual y un lenguaje que, con el tiempo, se ha vuelto parte del vocabulario del ocultismo moderno.
El viaje astral se realiza en un estado de trance, generalmente ligero al comienzo, en el que el practicante desplaza su conciencia a su cuerpo astral, un vehículo más sutil y liviano con el cual puede moverse en esa otra realidad. Una vez allí, no se trata de deambular como un vagabundo etéreo, sino de adentrarse en un espacio flexible, infinito, donde casi todo es posible. El plano astral se manifiesta con una riqueza inmensa: paisajes irreales, colores imposibles, sonidos y aromas que no tienen paralelo en el mundo físico, y sobre todo la presencia de entidades, formas de pensamiento y fuerzas espirituales que pueden interactuar con nosotros.
Ahora bien, ¿para qué sirve el viaje astral? Sus usos son múltiples y dependen en gran medida del objetivo del practicante. Puede utilizarse como medio de exploración personal, para comprender mejor la naturaleza de la conciencia y del ser; como herramienta mágica, para trabajar con espíritus, deidades o demonios en su propio terreno; como vía de aprendizaje, recibiendo enseñanzas directas de guías y entidades que habitan el plano astral; como espacio de sanación, desbloqueando emociones y energías atrapadas; o incluso como una forma de entrenamiento psíquico, fortaleciendo la voluntad, la memoria onírica y la concentración. También es posible emplearlo para realizar operaciones de magia práctica, como visitar templos o lugares de poder, proyectar energía, o recibir visiones proféticas que luego impactan en la vida cotidiana.
Por supuesto, la experiencia es subjetiva y personal. No hay un “test universal” que confirme si un viaje astral fue real o mera imaginación, pero sí existen indicadores internos. Una experiencia astral genuina suele sentirse más intensa y coherente que un simple sueño; la memoria del evento se conserva con mayor nitidez; la lógica del plano astral, aunque extraña, tiene consistencia propia; y muchas veces aparecen detalles que el practicante desconoce conscientemente pero que luego puede verificar en la realidad. Sin embargo, lo esencial no es comprobarlo como si fuera un experimento de laboratorio, sino reconocer el valor transformador de la experiencia en la práctica mágica y espiritual.
Para iniciarse, lo más recomendable es la preparación gradual. La relajación profunda y los ejercicios de respiración son la base. A partir de allí, se puede inducir un trance con música, mantras o visualizaciones. Algunos prefieren proyectarse a través de símbolos concretos o rituales específicos, como el uso de puertas astrales o llamados a entidades que guíen el proceso. Lo fundamental es la constancia: el viaje astral no se conquista en un solo intento, requiere práctica sostenida, confianza en uno mismo y la disposición a dejarse llevar por lo desconocido. Un consejo útil es mantener un diario de experiencias: anotar cada intento, incluso si no se logró nada, permite reconocer progresos y patrones con el tiempo.
Finalmente, hay que subrayar que el viaje astral no es una huida de la realidad, sino una extensión de ella. Cuanto más enraizado esté el practicante en su vida cotidiana, más sólido será el vínculo con lo que experimente en el astral. La experiencia, aunque subjetiva, abre puertas a una comprensión más amplia del mundo y de nosotros mismos, y esa es quizá su utilidad más profunda: mostrarnos que la conciencia no se limita a los muros de la materia y que siempre hay territorios inexplorados esperando ser descubiertos.
Gracias por leer.
Daemon Barzai