El Ocultismo Moderno ¿en decadencia?

Soy una persona que me gusta observar la realidad, detenerme a ver lo que pasa y dejar que esas observaciones me lleven a reflexionar. Este espacio de Diario de un Brujo nació justamente para eso: para pensar en voz alta, para poner en palabras esas preguntas que todos en algún momento tenemos, y para agradecer a quienes se toman el tiempo de leer y compartir conmigo este camino. Pero más allá de la gratitud, en los últimos tiempos me encuentro, tanto en conversaciones con otras personas como en la simple observación de lo que circula en el ambiente ocultista, con una sensación recurrente: pareciera que el ocultismo moderno, en todas sus facciones y expresiones, se está yendo desde hace tiempo al mismísimo cuerno. Para muchos está en un estado de decadencia, un reflejo claro de la sociedad posmoderna; para otros, la única salvación consiste en mirar hacia atrás y aferrarse desesperadamente a lo más antiguo, defendiendo a capa y espada que lo verdadero, lo “real”, lo que tiene valor, es lo que viene de antaño, y que todo lo que hacemos los practicantes modernos no es más que un circo de gnosis personales no verificadas. El eterno debate de siempre, como si estas personas no vivieran aquí y ahora, como si pudieran salirse del tiempo y suspender la realidad. Pero eso es otra discusión.

Trato en la medida de lo posible de ser optimista. Creo que no estamos tan mal, pero tampoco estamos tan bien. Y esa dualidad me lleva a preguntarme algo mucho más profundo: ¿alguna vez el ocultismo fue diferente? Llevo unos cuantos años en esto, he hecho de todo, he visto de todo, y además me gusta leer mucho de historia, por lo que suelo observar cómo fueron las cosas en otros tiempos. Y si algo me ha enseñado tanto la experiencia personal como el estudio, es que la gente siempre fue gente, y que desde siempre y en todas las épocas existieron dramas, dogmas, egos inflados, disputas por “la verdad” y personajes que buscaban llevar agua a su molino. No estamos presenciando nada nuevo, simplemente vemos las mismas conductas adaptadas al lenguaje y las herramientas de este presente.

Lo oculto, por su propia naturaleza, tiene un rasgo que muchos parecen perder de vista: la experiencia siempre es subjetiva. No es un campo empírico ni positivista, lo siento, así no funciona esto. Por más que un grimorio del siglo XVII diga que tal espíritu tiene determinada forma y actúa de tal manera, eso no lo convierte en una verdad absoluta, sino en la visión de un autor, de una época, de un contexto cultural concreto. Que eso pueda servir como inspiración o como punto de partida es otra cosa, pero no hay que confundirlo con un dogma inamovible. Y sin embargo, una y otra vez encontramos gente que insiste en dar por sentado que lo que ellos leyeron es “la verdad” y que todo lo demás es equivocado. Estas mismas personas, curiosamente, son las que más rápido descalifican el trabajo ajeno, como si estuvieran autorizados a repartir certificados de autenticidad.

El mundo cambia, las sociedades cambian, y el ocultismo también. No es una pieza de museo, no es un objeto fijo e inmutable. Las necesidades, los miedos y los llamados de las personas de hoy no son los mismos de hace cincuenta o cien años. No estamos en los años 60, donde ciertos movimientos tenían sentido como respuesta a su contexto. Hoy, muchos de esos mismos movimientos lucen obsoletos, fuera de eje. Quien no se adapta, se queda atrás. Y cuando hablo de adaptación no me refiero a descartar lo antiguo ni a desvalorizarlo, sino a resignificarlo, a comprender que la esfera de lo personal y lo subjetivo es fundamental. El individuo de hoy prioriza la libertad, la autodeterminación, ya no quiere gurús que dicten cada paso. Aunque, seamos justos, la mentalidad de rebaño sigue ahí, más fuerte de lo que parece, incluso en espacios que se presentan como la encarnación de la rebeldía. Basta ver ciertos sectores del Sendero de la Mano Izquierda, donde mucha gente se vende como “oscura” y “antisistema”, pero no son más que seguidores ciegos de otros, defendiendo posturas extremas que nada tienen que ver con lo espiritual y mucho con ideologías tóxicas como el racismo o el neonazismo. Y eso sí es verdadera decadencia.

Otro gran factor es la falta de compromiso. Seamos honestos: interesados en lo oculto hay millones, pero personas con verdadera dedicación, continuidad y disciplina, son pocas. La mayoría pierde entusiasmo rápido, cambia de rumbo ante la primera dificultad y salta a la siguiente novedad. Y en parte esto también ocurre porque muchos sistemas actuales no ofrecen nada sólido: abundan las fantasías, los relatos inflados y la falta de honestidad. Cuando la gente percibe —aunque sea de forma intuitiva— que algo no encaja, que no hay sustancia, huye. Y así se reproduce ese estado de vacío permanente en el que vive buena parte del ser humano posmoderno.

En mi experiencia, la realización de un ser humano parte de tres pilares básicos. Primero, estar bien en el mundo material: necesitamos cubrir las necesidades básicas, pero también gozar de cierto bienestar y confort cotidiano. Quien vive en carencia extrema difícilmente pueda dedicarse con claridad a la espiritualidad. Segundo, la salud mental: un punto que muchos pasan por alto. Es por eso que abundan personas confundidas, que terminan normalizando delirios o dando autoridad a mesías improvisados. La falta de salud mental en el ambiente ocultista abre la puerta a abusos de poder, a adicciones, a manipulaciones, a personajes que se creen dueños de verdades absolutas y terminan destruyendo a otros. No podemos normalizar eso. Antes de meternos de lleno en prácticas profundas, deberíamos asegurarnos de estar en equilibrio, de tener herramientas para sostener lo que abrimos. Y el tercer pilar es, claro, la espiritualidad. El vacío interior necesita un cauce, y el ocultismo debería ofrecer ese cauce, pero eso solo se logra con estudio, con práctica seria, con dedicación real. Sin profundidad, sin respeto por lo que hacemos, sin valorar el conocimiento, todo se reduce a un circo superficial que no lleva a ninguna parte.

Hay cosas que directamente rozan el absurdo, como los talleres exprés de Tantra que se ofrecen en occidente, reduciendo una tradición compleja y cerrada de la India a un producto new age para consumo rápido. O la mezcla indiscriminada de sistemas que nada tienen que ver entre sí, como meter en un mismo ritual a un dios egipcio, prácticas de kundalini, magia ceremonial y sigilos caóticos, todo junto y sin contexto. No es que no se pueda experimentar, claro que sí, pero otra cosa muy distinta es banalizar hasta ese punto.

Entonces, ¿el ocultismo moderno está en decadencia? Sí, pero siempre lo estuvo. Desde que existe, el ocultismo ha estado rodeado de debates, disputas, farsantes y delirios. Lo que cambia es el lenguaje, el formato y las plataformas donde se expresa. Sin embargo, eso no significa que todo esté perdido. Todavía hay grandes ocultistas, todavía hay gente seria, creativa, profunda, que escribe y comparte material increíble, que no se cree un mesías y que aporta al camino de otros con honestidad. El problema no es la época, ni las herramientas, sino dónde colocamos el foco. Porque el ocultismo aún puede hacerse de un modo serio y transformador; la clave está en reconocer el ruido, dejarlo a un lado, y volver una y otra vez a lo esencial.

Gracias por leer.

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