La Práctica Diaria

En los últimos tiempos he estado observando, escuchando y conversando con bastantes personas que me cuentan lo complicado que les resulta sostener una práctica diaria. Y vale la pena aclarar que esto no es un problema exclusivo de quienes están dando sus primeros pasos en el mundo de lo oculto. Les ocurre también a personas con años de recorrido, con libros leídos, rituales realizados y experiencia acumulada. La dificultad aparece una y otra vez: no se logra constancia. Y detrás de esa falta de continuidad, aparece la frustración, el cansancio y, en muchos casos, la culpa. En este texto quiero compartir mi punto de vista y mi manera de abordarlo, no como una receta cerrada, sino como una posibilidad para destrabar esa sensación de que “no estoy haciendo lo suficiente”.

Lo primero que debemos poner sobre la mesa es algo obvio pero que solemos olvidar: el día tiene 24 horas, y nadie puede estirarlas. Más allá del entusiasmo, del deseo de avanzar y de la pasión por lo espiritual, la mayoría de las personas no pueden ni quieren dedicar la totalidad de su vida a la práctica mágica. Porque aunque para nosotros la espiritualidad sea un pilar fundamental, también existen otras responsabilidades: la familia, el trabajo, las amistades, las mascotas, los estudios, los compromisos cotidianos. Pretender que todos los días podamos montar un ritual completo es simplemente irreal. Y lo que sucede es que muchos lo intentan, logran sostenerlo un tiempo y, cuando la vida les pasa por encima, se detienen. Ahí aparece la culpa, la sensación de fracaso o la idea de que no se está “avanzando”.

Voy a romper con una fantasía que circula mucho: incluso quienes sí nos dedicamos de lleno a esto, quienes hemos hecho de lo oculto nuestro camino de vida, tampoco realizamos rituales todos los días de nuestra existencia. Somos humanos, con las mismas obligaciones y distracciones que cualquiera. También nos cansamos, también hay días en que no tenemos foco, o simplemente no sentimos la necesidad de atravesar todo un proceso ritual. La idea de que la práctica constante implica montar un altar completo a diario es una ilusión que solo lleva al desgaste. Y lo más peligroso es que convierte lo espiritual en rutina, en un acto mecánico sin alma.

El error está en confundir la práctica con la ceremonia. Arrastramos la idea de que toda acción espiritual debe estar rodeada de velas, inciensos, cánticos, círculos y un largo etcétera. Y no, no siempre es así. La magia, por definición, es un proceso de cambio, de creación, de alteración de las fuerzas internas y externas. Y precisamente porque tiene un impacto, no podemos estar invocando ese cambio todos los días. Si lo hiciéramos, la vida se volvería un torbellino inestable, sin pausas ni espacio para integrar lo que experimentamos. La espiritualidad necesita respiración. Necesita momentos de intensidad, pero también momentos de calma, de asimilación, de digestión de lo vivido.

Ahora bien, una cosa diferente es cuando nos encontramos en un proceso de aprendizaje o de entrenamiento. Si quiero aprender a leer el tarot, por ejemplo, es lógico que al principio me siente con las cartas cada día, que estudie, que practique tiradas, que entrene mi intuición. Esa intensidad es necesaria para incorporar la herramienta. Pero una vez adquirida la habilidad, el exceso deja de ser útil. No voy a vivir preguntándole al tarot cada cosa que hago, porque eso no solo no es sano, sino que tampoco me daría claridad. Lo mismo ocurre con cualquier técnica, ejercicio o disciplina: el aprendizaje necesita constancia, pero una vez que ya hemos atravesado esa fase, debemos darle un lugar más equilibrado.

Por eso considero importante dividir las prácticas en distintos niveles: diarias, semanales, mensuales y aquellas reservadas para fechas especiales. No se trata de una fórmula que haya que seguir a rajatabla, sino de un mapa flexible. La clave está en cambiar la mentalidad dogmática, en dejar de lado la idea de obligación o de castigo espiritual si no se cumple con un cronograma rígido. Los espíritus no se ofenden porque un día no encendimos una vela, ni van a castigarnos por preferir descansar o salir con amigos. Lo que ellos valoran es la sinceridad del vínculo, no la cantidad de minutos que se cumplen como si fueran un deber escolar.

En mi caso, por ejemplo, lo cotidiano comienza al despertar. Apenas abro los ojos, saludo a los espíritus con los que trabajo. Nada más. No hay grandes discursos ni largas invocaciones. Es un gesto de presencia y de recuerdo mutuo. A veces lo acompaño con una vela o con un poco de incienso, pero no es obligatorio. Es un pequeño acto de comunión que me conecta con ellos y me sitúa en ese tejido invisible que compartimos. Y créeme, es suficiente.

Las prácticas semanales ya tienen otro tono. Allí suelo planificar algo más elaborado: puede ser un viaje espiritual, una sesión de adivinación, un rito de hechicería o un trabajo energético concreto. También incluyo ofrendas, no porque “haya que hacerlo”, sino porque me gusta cultivar la relación, porque me nace y porque me siento agradecido. No necesito excusas, lo hago porque tiene sentido para mí y porque disfruto de ese intercambio.

Luego están los rituales mensuales, que en mi camino suelen estar asociados a las fases lunares. Trabajo en Luna Nueva y en Luna Llena, y cada ocasión se convierte en un portal para mover energías, limpiar, sembrar intenciones o conectar con fuerzas profundas. Puede sonar cliché, pero la Luna sigue marcando el pulso de muchas prácticas, y no hay por qué evitarlo si de verdad resuena. Finalmente, en fechas especiales —ya sean sabbats, momentos personales o aniversarios espirituales— realizo ceremonias más intensas, cargadas de símbolos y de sentido.

Pero incluso con todo esto, lo fundamental es recordar algo: la práctica espiritual es una elección, no una condena ni un deber opresivo. Nadie te obliga. Si un día no tienes ganas, no pasa nada. Si una noche de Luna Llena prefieres ir al cine en vez de hacer un ritual, no es el fin del mundo. Lo único que importa es que en el largo plazo no te engañes a ti mismo: que no conviertas las excusas en un hábito y que no uses la falta de tiempo como disfraz de desinterés. Si sientes que la práctica mágica es tu camino, lo encontrarás en tu medida, con tus ritmos, con tu estilo. Y si no, siempre puedes elegir otra cosa. El Otro Lado no necesita de tu rigidez; necesita de tu autenticidad.

Gracias por leer.

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